Crónica del concierto de Josh Rouse en la Sala Moby Dick (Madrid) 9 de Marzo de 2013
Josh Rouse ha vuelto, cuando muchas eran las voces que, tras una deriva creativa con visos de decadencia con “El Turista” (Bedroom Classics, 2010) y “Josh Rouse and The Long Vacations” (Bedroom Classics, 2011), se mostraban reticentes a la idea de que el ingenioso músico estadounidense volviera a facturar álbumes del nivel de “1972” (Rykodisc, 2003) o “Nashville” (Rykodisc, 2005). Con “The Happiness Waltz” (Yep Roc, 2013) Josh transmite un bienestar inusual mediante un discurso congruente en el que parece decir adiós a la mayor parte de los problemas vitales, algo de agradecer en tiempos en los que la palabra bonanza (económica o no) nos remite a otra época. Y es que Josh se agarra en esta última entrega a su familia, con la que vive en Altea desde hace unos siete años, para pronosticar un futuro estimulante (en “It’s good to have you”) y homenajear la cotidianidad de unos días, y un entorno, que (ahora sí) tienen veinticuatro horas. La vuelta de uno de los exponentes del pop más preciosista está muy vinculada también a la vuelta de Brad Jones (Ron Sexsmith, Yo La Tengo, Chuck Prophet) como productor, con el que ya había trabajado en discos como “1972”, “Nashville” o “Subtitulo” (Nettwerk Records, 2006), el cual, tras haber producido los dos últimos discos de Quique González o “Tiny Telephone” (Mushroom Pillow, 2007) de los desaparecidos The Sunday Drivers, parece mostrar una querencia especial por España.
Era la del sábado una noche más de fútbol, y eso se hacía notar en el clásico bar irlandés situado junto a la Moby Dick. Poco debió importarles a Josh Rouse y su banda de acompañamiento, The Long Vacations, formada en esta nueva gira por dos de los músicos habituales de Alondra Bentley -a quien Josh Rouse ha producido su último disco, The Garden Room (Gran Derby Records, 2013)-, Chema Fuertes (guitarra y voces) y Cayo Bellveser (bajo y voces). Robert Di Pietro, antiguo acompañante de Norah Jones importado desde Nashville, se encontraba en la batería.
Su indumentaria (boina, camisa verde, y zapatillas Nike) admitía entrever que, desde la primera canción, la vecindad iba a ser, junto a la finura, una herramienta de distinción. El arpegio del principio de “A lot of magic”, con la que dio comienzo el concierto, establecía en que parámetros nos moveríamos durante la siguiente hora y media: pop adulto, de aspecto liviano y melodías gráciles, especialmente en lo que se refiere a las canciones de su último disco, con un poder considerable para hacerte participe de esos estribillos de picnic en familia. Tras interpretar la vitalista “It’s good to have you”, llegarían dos corte más de “The Happiness Waltz” (2013), “This movie’s way too long”, muy en la línea de un disco como “Nashville” (2005), y “Julie (Come Out of The Rain)”, una de las canciones que mejor definen la propuesta actual de Josh Rouse: si Crosby, Stills, Nash & Young se reunieran para grabar nuevas canciones, una canción muy similar a ésta podría ser su single.
La banda sonó especialmente compacta a pesar de ser el tercer concierto de la gira, con especial mención a la elegancia y sobriedad de Chema Fuertes en la guitarra eléctrica. Con la irrupción de “It’s the Night Time”, con referencias al “Who Do You Love” de Bo Diddley incluidas y primera canción de la noche no perteneciente al último álbum, se hizo irrebatible que el público estaba disfrutando de la velada tanto como los músicos. “I will live on islands” revela la vertiente más tabernera y festiva de su discografía, a la que más tarde daría continuación con “Hollywood Bass Player”, si bien es cierto que ésta última recuerda más al country-pop propio de “Sky Full of Holes” (Yep Roc Records/Warner Music, 2011), último disco de los neoyorquinos Fountains of Wayne, al alt-country del trío de Minnesota Semisonic.
Conforme avanzó el concierto, pudimos disfrutar también de momentos más reposados, con la introspectiva y sutil “Flight attendant”, de “1972” (2003), o la insuperable “Sad Eyes”, probablemente la canción más redonda de toda su discografía, en la que las emociones afloran con una facilidad envidiable, escudadas en el sentimentalismo y la épica de un final del que uno no puede, por mucho que lo pretenda, no formar parte. Después de despachar la mayor parte de las canciones de “The Happiness Waltz” (las últimas, “Simple Pleasure”, “The Happiness Waltz”, “Our Love” y “The Western Isles”), Josh Rouse y los Long Vacations tenían vía libre para ejecutar algunos de los temas que mejor funcionan en directo. Sonaron minutos antes del bis canciones como “Sweetie”, “Quiet Town” -su “Seven Nation Army” particular-, “Love Vibration” o “1972”. Canciones que a pesar de caracterizarse por la delicadeza, son a veces salpicadas por retazos del blue eyed soul, de Marvin Gaye, e incluso de grupos de sonidos ambientales, como The Whitest Boy Alive, compuesto por, entre otros, Erlend Øye, cantante y guitarrista de Kings of Convenience.
Después de un brevísimo descanso, tanto músicos como público todavía tenían fuerzas para más. Con “Sunshine” y “My love has gone” el de Nebraska demostró que en sus canciones las evocaciones y los sentimientos de dolor pueden ir (o no) más de la mano que nunca. Con “Winter in the Hamptons” y “Come back” se despedían de la capital, haciéndonos ver que no hacen falta pretenciosas puestas en escena ni utilitaristas distorsiones para hacer pasar a la espectadores una agradable noche de sábado. El saber hace de Josh Rouse y los Long Vacations es incuestionable, así como su envidiable estado de forma Y es por eso, y por todo lo anterior, por lo que seguiremos pendientes de sus próximos pasos. Ahora que lo tenemos tan cerca, no podemos dejarlo escapar.
Fotógrago: Iñigo Cornago