«La vida solucionada» nuevo disco de Pablo Moro
La ironía de «La vida solucionada» es que el disco no ofrece ninguna solución. Es un álbum que no habla de la comodidad del camino encontrado, sino del fin de una etapa que ya ha dado todo de sí pero que se mira con nostalgia. También del principio de una nueva era, más madura y, en teoría, más saludable, cuyos frutos aún se desconocen. Es el fin de la fiesta, las luces recién apagadas y el cansancio que causan los vasos vaciados demasiadas veces. Escucho a un artista que quiere ser adulto con todas las consecuencias, que ya no habla de cambiar el mundo sino de construír otro nuevo, que no anima a vivir la vida sino a cambiar de vida y que no quiere hacer demasiadas cosas sino sólo una, pero importante. A lo largo del disco uno siente cómo se escapa el tiempo. Esta es la gran obsesión de Pablo Moro, que cita sin cesar épocas concretas como el verano, el invierno, octubre y el pasado. Este último ya nada aporta, pero es un lugar ideal donde refugiarse de las dudas que plantea la propia madurez. Su otro búnker está en las villas costeras, lejos de la ciudad, donde retoma fuerzas para enfrentarse a la vida.
Las letras evocan la imagen de un compositor tras los cristales mojados, con el poemario de Ángel González sobre la mesa y un lejano sonido de campanas que se funde con el ruido del mar. Los paisajes norteños no sólo sobresalen entre las metáforas, sino que resuenan entre una paleta musical frondosa y rica que también sabe ser austera cuando la ocasión lo requiere. El gran secreto del disco reside, sin duda, en el cruce de una voz personalísima mezclada con una banda que evita todo lucimiento individual. No es casualidad que dos de los instrumentos que más brillan sean aquellos que no cumplen ninguna función solista: el bajo y los teclados. Y para vestir el escenario sonoro sobre el que Pablo declama, nada mejor que telones de fondo sureños, guirnaldas funky, guitarras Neil Young y baladas acústicas que conforman un teatro donde solucionar una vida que, esta vez sí, va en serio. Igor Paskual
En «La vida solucionada» están las dos mejores canciones que Pablo Moro haya escrito jamás. Una es la «La gente de mi tierra», un hit instantáneo que refleja el amor por una tierra que le duele, por bella y por maldita. En ella se junta el folk de sabor irlandés con el country, un cruce lógico pero, sin embargo, poco habitual. La otra es «Pequeña luna de julio«, donde Pablo canta al oído, directo, con un bellísimo fraseo, en un momento musical cumbre que muestra un camino propio y distinto a sus compañeros de oficio. Estarán, sin duda, entre las mejores del año. Brillan esas dos pero van muy bien acompañadas por otras leales escuderas, como «Girando» o «Canción de octubre«, que plantean un recorrido variado para ser degustado con reposo, con el café humeante al lado, con un ojo puesto en las noches pasadas y el otro en los días que están por venir y con la cabeza y el corazón ardiendo por tener, de una vez, la vida solucionada.
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Empezar de cero
La gente de mi tierra
Pequeña luna de julio
Efecto placebo
La galerna
Mundos perfectos
Canción de Octubre
El último día
Los reyes del río
Girando
Más profundo
El viento de las castañas
Cuando bajes del avión
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