Crónica del concierto de Sidonie en la Sala Riviera (Madrid) 15 de Diciembre 2012

Después de más de diez años de andadura en los que han publicado seis álbumes de estudio y ofrecido infinidad de conciertos prácticamente en todos los formatos posibles, acudir a un concierto de Sidonie se ha convertido en una apuesta segura. Y es que a pesar de ser el último concierto de presentación de “El Fluido García” (2011), su último disco, el trío barcelonés (aunque acompañados durante toda la gira de un cuarto músico, David T. Ginzo, ex¬-Templeton, ex-Lüger y actual líder del proyecto Tuya) confeccionó el sábado en La Riviera una retrospectiva de su obra, rescatando desde canciones repletas de aquel pop experimental con tintes psicodélicos y guitarras funky que aparecía en su primer disco, “Sidonie” (1999), como “Sidonie goes to Varanasi”, “Sidonie goes to Moog” o “Feelin’ down” hasta temas pertenecientes a discos más recientes como “Costa Azul” (2007) o “El Incendio” (2009).

 De este modo, es en el concierto del pasado sábado donde pudimos apreciar una de las mayores virtudes del grupo: tener una discografía lo suficientemente regular como para poder ofrecer un concierto de dos horas sin prescindir apenas de ninguna de las etapas musicales del grupo. Si además de esto consiguen mantener intacta la intensidad propia de las primeras canciones durante la mayor parte del concierto gracias a la potencia que muestra la banda en directo y la sucesión continua de hits, sus directos se convierten en imprescindibles para cualquier persona interesada en saber cómo suena una banda tras casi quince años en la carretera e innumerables referencias artísticas. Una intensidad que se ve, por otro lado, acrecentada exponencialmente con esa actitud canalla, gamberra y provocadora que les caracteriza desde el primer disco, heredera de de la pose de músicos como Keith Richards o Marc Bolan. La variedad es también una de sus señas de identidad (eso sí, siempre entorno a dos elementos fijos: el pop y la psicodelia atenuada), no solo por la diversidad en su sonido sino también por las temáticas e imaginería, renovadas disco tras disco. Por ello encontramos atmósferas que pueden llegar a recrear la sordidez y vileza de su mundo más sombrío con un sonido cercano al “The Piper of the Gates of Dawn” (1967) de Pink Floyd o, en cambio, canciones en las que delatan su querencia por la vida aristocrática de un escritor maldito en la Rivera Francesa, por el pesimismo y el desconcierto de la generación perdida y sobre todo, como vemos en “Costa Azul” (2007) por el verano y el mar. O lo que es lo mismo: la nostalgia. Esa nostalgia que patentaba en La Riviera la voz de Marc a menudo combinada con reverb y delay, especialmente en canciones de su último trabajo como “Carnaval” o “Tormenta de verano”. Los chicos australianos de moda, Tame Impala,  están también muy presentes en la forma de interpretar las nuevas canciones en directo, en el aspecto rítmico y la utilización de los sintetizadores (véase en el comienzo de “El aullido”) y, sobre todo, por esa mezcla de pop y psicodelia tan característica de ambos. No podemos pasar por alto tampoco los numerosos riffs que nos remiten directamente a grupos de garage rock de los ochenta como The Fuzztones o al omnipresente Jack White, más concretamente a discos como “Consolers of the Lonely” (2008) que publicó con The Racounters o a su último trabajo en solitario “Blunderbuss” (2012).

En su último disco Sidonie ofrecen de nuevo un sonido que bebe de la psicodelia, tras dos discos anteriores en los que se aproximaba al pop más puro y clásico de discos de The Beatles como “Revolver” (1966) o de The Kinks como “Face to Face” (1966). Sin embargo, aunque el concierto de Sidonie (así como su último disco) destacase por la sobredosis de distorsión, la lisergia electrizada y los estribillos como vía unitiva de la mística, siguen también manteniendo viva la formula power-pop de canciones como “Nuestro baile del viernes” o “El incendio”, con las que se despidieron el sábado tras un bis, formula la cual les ha permitido llegar a un público bastante más amplio y mainstream que probablemente llegara a su música a través de sus colaboraciones con Pereza o la aparición del grupo en cadenas de radiofórmula como Los 40 principales o publicaciones como Rolling Stone (Edición española).

El mes pasado publicaba Igor Paskual, guitarrista de Loquillo, un artículo en el que introducía y explicaba el concepto de crossover. Algunos críticos y “consumidores” probablemente menospreciarán la trayectoria de Sidonie por su evolución hacia propuestas más livianas y asequibles en relación con lo que fue su freak carta de presentación o, simplemente, por considerarlos paradigma del mencionado crossover. Otros, en cambio, preferimos pensar (y pensamos) en lo positivo de que un grupo que tiene el beneplácito de una amplia variedad de públicos (y es denostado por gran parte de la crítica más especializada) muestre tantas tablas sobre el escenario, y lo que es aun más importante, mantengan intacta la necesidad de seguir alimentando sus oídos y, por ende, enriqueciendo su repertorio. Sobre ello reflexionaba a principios de este mismo mes en la revista digital Efe Eme Juanjo Ordás con un artículo en su sección “Corriente alterna” titulado “Profesionalmente dejados y musicalmente incultos”. Sidonie (también, es decir, como otro tantos) se salvan, y despedirse versionando en acústico “All I have to do is dream” de The Everly Brothers entre el público es (otra) declaración de intenciones.

Crítica realizada por Luis Cornago Bonal para El Mundo de Tulsa