Reseña por Marc para El Mundo de Tulsa

El punk acostumbra a ser una música catártica que nos sumerge en un estado emocional positivo. El primer disco del conjunto bilbaíno Los Chivatos de Ana Frank es una clara muestra de ello. Un álbum, situado en los entresijos del punk, con el que debuta discográficamente este quinteto dos años después de haber sido premiado nacional e internacionalmente por el documental autobiográfico «Odio eterno al arte moderno».

Trabajo lleno de invectiva, sarcasmo y surrealismo, el primer álbum de Los Chivatos de Ana Frank es un disco de letras ácidas que recoge los sentimientos y pensamientos de los jóvenes de hoy en día. Un álbum donde el conjunto nos canta sobre la valía de uno mismo, a pesar de señalar con el dedo a una sociedad repleta de personajes perdidos y sin rumbo en la vida. Siete canciones donde los vizcaínos rechazan las normas y los modelos, y realizan un ligero homenaje a las malas cosas y a las derrotas de cada día.

La primera pista «Todo al rojo» nos habla con su sonido directo de quien apuesta a la ruleta su devenir y nos advierte sobre la serie de canciones pesadas, pero más cuidadas y deliberadas de lo que parecen que nos vamos a encontrar a lo largo del disco. «Cristo do Corcovado» aborda un asunto como la redención a través de una línea de tensión que aviva una llama, pero que nunca nos empuja hacia al fuego. Mientras la tensa y a veces exuberante «Tigres de bengala» nos hace dudar acerca de nuestra fuerza de voluntad a la hora de enfrentarnos a la adversidad. El álbum, todo un torrente de sonidos, también nos ofrece en «Marylin» una irónica confesión de odio de la formación hacia el arte moderno para poner punto final al disco.

Los Chivatos de Ana Frank han debutado con un álbum compuesto por una serie de retratos siempre perversos y malintencionados. Un disco de canciones cortas, aceleradas y con un sonido distorsionado, tan desafiante como pegadizo, donde el quinteto muestra su ideología de libertad personal y su seguimiento de las teorías del caos y desorden del discordianismo. Un mensaje que tiende a menudo a ser más importante que la música, pero que la formación nos transmite de una manera igual de intensa gracias a la espléndida labor del productor Guillermo Peña. Y aunque hay momentos donde todo esto se debilita, no se puede negar el poder de convicción del grupo. Sin duda, un claro ejemplo de que siguen existiendo álbumes irreverentes a los que acudir en los malos momentos.

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